Bolas de agua



Soy viejo. Recibí hace un par de semanas la noticia que esperaba. Se confirma todo. El problema hereditario que padezco camina a pasos agigantados, pronto será letal y viviré perdido. 

Aún puedo contar y saborear recuerdos que fluyen a mi antojo como un manantial tibio, como un río desbordado que me inunda de colores cálidos. Si hay algo que me inquieta es rellenar de certezas estos renglones antes que sea demasiado tarde, y de entre varias razones tengo una principal para hacerlo. El amor quiso un día asomar la cabeza por mi ventana, tocó insistentemente el cristal y le invité a pasar. Si la pasión no pasara alguna vez por las almas, ¿para qué valdría la vida?
 
Debo decir que por ventura pasé un tiempo en el filo de la navaja, me entretuve entre el cielo y el infierno viajando en ascensores ultrasónicos, todo lo ácido se transformaba en pocas horas en un pastel de chocolate suizo y viceversa. Sentía el vértigo como parte y modo de vida, cuando no me visitaba le echaba de menos. La manera de escudriñar el laberinto y sus recodos es misión impuesta para algunos, los más osados dicen que podemos elegir el camino, resulta imposible conocer la respuesta, lo cierto es que existen grandes secretos ocultos en paredes grises, lobos acechando en habitaciones oscuras, senderos luminosos y verdes, infinitos recovecos que no veremos jamás, no hay vida para tanto. Unos se ahogan de aburrimiento intentando salir del más monótono de los laberintos, otros en la misma situación se alegran de no conocer la salida.
Traspasada la puerta  de la tercera edad, nunca imaginé llegar tan lejos, no sólo han cambiado el color de mis ojos que observan con más precisión los detalles, el resto de mis sentidos lo han hecho también. Los pájaros vuelan dibujando figuras en el aire, el viento trae susurros del pasado, prefiero la luz del día a las sombras de la noche, y los sueños tienen más donde viajar. Llegar a la vejez es un regalo del destino “todos quieren llegar y ninguno quiero serlo”, esta famosa cita me torturó durante años, ahora ya no, desde hace tiempo y por fortuna todo permutó. 

No puedo hacer nada para arreglar el mundo pero si para entenderlo. Me divierte imaginar que cada arruga, cada muesca en mi piel es una aventura, presumo de ellas y me fascina haber vivido intensamente. Nada hostiga ya mi tranquilidad, tampoco puedo hacer ya lo que hace un joven pero lo que hago es mejor. Tengo la sensación de que todo funciona a cámara lenta, las horas en mi reloj han desaparecido, ya corrieron bastante, y permanezco vigilado por algo superior que me ofrece la oportunidad de disfrutar de mis años pretéritos. 

He regresado a mi tierra natal, aquí está la que fue mi casa familiar y aquí quiero pasar los últimos días. No me espera nadie ya ni desearía que alguien lo hiciera, tampoco existen espacios para rencores o ruinas y no anhelo reencontrarme con nadie.

Atravieso el parque con la ilusión de seguir teniendo ilusiones, soy capaz de contemplar lo que ocurre en mi interior, deseo como nunca estar sentado frente al ventanal, y abierto, perderme en el insondable e inmenso abismo. Lo percibido está grabado, no quiero ver fotos, ni enseres personales, me interesa otra cuestión, corresponde al lóbulo central rebuscar información en otras áreas de mi cerebro y poner a mi alcance lo que deseo con vehemencia. Estoy emocionado con el descubrimiento, visualizar los acontecimientos pasados me provoca una excitación que supera lo que había previsto, produce grandes cantidades de epinefrina que aumenta de manera considerable mi frecuencia cardiaca azuzando mis temblores. Estoy dispuesto a asumir los riesgos.

El especialista me insinuó que la enfermedad que sufro pertenece a una patología de evolución lenta, sin embargo, unido al problema que llevo de serie en mi cabeza se ha desatado con violencia.  Me comentó no sé qué de cambios microscópicos en los tejidos de no sé dónde, que si la acetilcolina, ¡bah! ¿Qué pretende este hombre? Resumiendo, me cuenta que estoy en la primera fase de todo el problema, es por ello que últimamente habrá notado usted falta de organización en las tareas cotidianas simples, reclinando el respaldo de su asiento y en tono más serio subraya que sufriré falta de espontaneidad, debido a que...¡Pare hombre, pare! ¡Un momento! ¡Quieto en ese punto, doctor! ¡Que yo recuerde desorganizado ya fui desde que tuve uso de razón, pero lo de la espontaneidad, por ahí no paso, hasta el último día esta cualidad vivirá conmigo! Le respondí frunciendo el ceño. No sabría decir a juzgar por su cara si comprendió el tono sarcástico, lo cierto es que su reacción fue tardía.

Levedad para definir el estado en el que estoy. Apoltronado en mi sofá orejero advierto que las nubes no se disuelven y hace bochorno, me trasudan las manos. Deseo abandonar por unas horas este primitivo envase para indagar en lo añejo, en este periplo de mi vida la mayoría de los privilegios me han sido  arrebatados, a cambio, la más hermosa de las quimeras se ha hecho realidad.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Desesperación

Sombras de África